El primer cuento fue representado e iba sobre Aina, una niña que se hacía amiga de la compañera nueva de clase. La niña era argentina y le encantaba jugar a futbol, pero en el colegio nuevo, el de Aina, los niños no la dejaban jugar. Aina preguntó a sus familiares qué podía hacer para ayudar a la niña y le aconsejaron apuntarse a una academia donde la enseñaran a jugar a futbol también. Cuando las dos se dieron cuenta de que eran muy buenas jugando a futbol, decidieron enfrentarse a los niños para que las dejaran jugar. El entrenador las apoyó y las metió en el equipo. Finalmente, la niña argentina pudo marcar un gol y, uno de los niños, le dio un pisotón en el pie enfurecido, acto que tuvo consecuencias para él. La cuentacuentos terminó remarcando la moraleja de la historia: niños y niñas están capacitados para hacer lo que se propongan, sin importar el género al que pertenecen. También que no se debe ser malo con el resto de niños y niñas.
El segundo cuento iba sobre una manada de elefantes: las hembras eran rosas, mientras que los machos eran azules. Este hecho acrecentaba todavía más las diferencias y discriminaciones entre los dos géneros. Finalmente, gracias a una elefantita que luchaba contra la desigualdad, la naturaleza acabó por fusionar los dos colores y crear uno nuevo: el gris. Desde entonces, todos los elefantes son de color gris, de manera que no pueda diferenciarse si son hembras o machos.
El último cuento también fue representado con la ayuda de un disfraz de princesa y dos muñecos que representaban a los reyes. La historia se centraba en la vida de una princesita que vivía con sus padres, los reyes, y sus dos hermanas. Al pertenecer a la realeza, no podían hacer nada, todo se lo daban hecho sus sirvientes. La princesita estaba cansada y aburrida de aquella vida de lujos, así que decidió tirar su corona por la ventana y se escondió debajo de la cama para que los sirvientes no la vistieran ni peinaran. Como nadie conseguía sacarla de allí, llamaron al rey para que la obligara. Pese a sus insistentes órdenes, tampoco logró resultado alguno, así que decidió castigarla enviándola a la cocina para que ayudara a las cocineras. Allí aprendió muchas recetas y se lo pasó genial, así que el rey no logró su cometido. Tras conocer el fracaso de su castigo, decidió enviarla a la pocilga con los cerdos. Allí jugó con el barro, alimentó a los animales y se encariño de ellos. Otro fracaso que el rey quiso solucionar pidiendo consejo a su esposa. Entre ambos, decidieron que lo mejor era dejar que su hija creciera libre de todas aquellas condiciones marcadas para la realeza y la princesita creció feliz desarrollando su autonomía sin que nadie le cortara las alas.
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